Lo sé que en la versión popular serían dos velas, pero yo tengo dos gatas y además negras, ¿qué le puedo hacer?
No las elegí por el color, ni porque quisiera parecerme a Samantha, la protagonista de una popular serie americana, que seguía de pequeña y que, dicho sea de paso, era una bruja rubia con tanto de gato negro.
En realidad me eligieron ellas a mi. La primera, en un lejano mes de marzo de hace ya 15 años, cuando fui a buscar a una novia que le hiciera compañía a mi gato Roberto Redford. Roberto era un rubio con ojos verdes perturbadores, y ella fue la elegida porque en la cajita de gatitos abandonados, chillaba mucho más que todos los demás juntos. Y así empezó nuestra historia.
Con un gato con un nombre tan importante y apellido aún más, no pude, en son del buen gusto, la musicalidad y una cierta coherencia, llamar a la novia Dufy, Pufy o por el estilo. Así que la llamé Matilda May.
Si vamos a ser totalmente sinceros, fue por otra razón también. En aquella época, trabajaba para Mare Nostrum Resort y viajaba bastante para la empresa. En mi primer año y medio allí, mi jefe me oía hablar mucho de Roberto y me preguntaba siempre por él. Hasta que un día, que tenía que irme de viaje, se ofreció en llevarme al aeropuerto. Hecho está que, justo la noche anterior, Roberto aún soltero, decidió irse de juerga y no regresar a casa en toda la noche. No sé como pero lo encontré, me despedí de él – no podía irme dos días sin despedirme – lo encerré en casa y me fui corriendo al coche del jefe. Jefe molesto, por cierto, porque toda la operación “rescate Roberto” me había llevado 10 minutos más de lo debido y así se lo conté, disculpándome.
El Sr. Frau (mi jefe será siempre el Sr. Frau, para mi), una leyenda en la hostelería, me contestó lo siguiente: “Roberto, tu NOVIO, no vuelve a casa en toda la noche, y encima ¿te quieres despedir de él?”
De toda las palabras contenidas en su pregunta retórica, la única que llamó mi atención fue: NOVIO. ¿En que momento mi jefe había decidido que Roberto era mi novio? Lo miré con mi carita de ángel y le contesté, meno retóricamente: “¿Novio? Roberto es mi gato”. Sigue leyendo